Llego de un funeral. La difunta era un encanto un poco excéntrico y nunca faltaba en su casa un plato cuando llegabas de las cañas con sus hijos. No voy a glosar las virtudes de Carmina, eso ya lo ha hecho don Rafael, el cura. Me llama la atención (últimamente parece que he sacado abono de primera para ritos funerarios) los mítines con los que nos agasajan ministros de la iglesia. Tengo un amigo que dice que junto a las bodas, los funerales son los únicos en los que la iglesia puede captar adeptos. Debe ser cierto. En un momento duro, en el que el agotamiento de los familiares se debate con la pena, los sacerdotes hablan y hablan de las bondades del muerto y de que en realidad su muerte no es tal muerte ya que resucitará en el más allá. Hace unos meses al encontrarme en el papel de familiar tuvieron que darme codazos porque no estaba dispuesta a aguantar semejante mentira. Al final te reprimes, por tus familiares mayores vivos.
He visto a muchos amigos, ha sido un reencuentro extraño. Un reencuentro que se hará más habitual con el paso del tiempo. Eso creo.
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