Algunos asuntos de los sábados me obligaron a pasar por la plaza mayor. Eran las 12,00 y ya tenía bastante gente y cierto color especial. Por la calle del sol diversas tribus la recorrían, supongo que, con las mismas intenciones que rondaban mi cabeza; algunas compras, buscar novedades dónde Álvaro y Rocío, acercarme a correos, comprar hilo de ganchillo pero de color no habitual, en fin, recados algunos que a la vuelta a la plaza no se habían cumplido (el croché que amablemente me va a hacer mi suegra tendrá que esperar) y fueron aparcados para otro buen día. Un montón de caballetes, olor a disolvente, camisas manchadas, gente mirando a gente trabajando. Me explicaron que había un hermanamiento con Alcorcón y se estaba celebrando el certamen de pintura. Pero no, no sólo eso me llegaba por la vista. Las siguientes miradas no acababan de objetivar toda la plaza; había más gente. Gente que no pintaba y que no miraba. Solo paseaban. Eran los asistentes al ViñaRock. Se estaban despertando y su llegada al centro aportaba otras formas y colores a los pintores que con buena voluntad intentaban reflejar en sus lienzos la plaza del abuelo mayorga. Esa mezcla extraña hizo que alargara la vuelta al barrio en busca de las cañitas mañaneras.
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